Miro atrás y veo con claridad el día que terminé el texto…
Con sinceridad, diré que me causó una doble sensación. Por
un lado fue como si mi alma llegara a una especie de nirvana, por otro, como si
se abriera en mis entrañas un inmenso vacío…
Como experiencia, escribir un libro, es un deseo de muchos
seres humanos, ya sabéis: “Plantar un árbol, tener un hijo y… escribir un
libro” Lo mío había sido, tener un hijo escribir un libro y me queda plantar el
árbol (esto lo reservo por si algún día tengo un pedazo de tierra para hacerlo) que primordialmente es el
deseo de muchos individuos sensibles.
El caso, es que después una tarea que duró nueve meses
(curiosamente, el tiempo que dura un embarazo) de una disciplina férrea, puesto
que me propuse llevar a cabo la “titánica” labor creativa como si de un trabajo
corrientillo se tratara…
Porque, en confidencia, yo albergaba en mi cabeza la línea
argumental de la historia y no desdeñé desde el principio la genial ayuda de
las musas, pero aún así quería darle cierto orden a mi creatividad para que no
acabara dominando el orden natural de mi vida, (como pasa habitualmente en las
películas de terror) La cuestión es que sin imponerme un cierto numero de
paginas ni nada parecido, había días que pasaban sin que la pantalla de mi
ordenador reflejara nada nuevo, a demás los primeros días corregía lo escrito
el día anterior y solo conseguía el efecto que bauticé como “convulsión
paranoide” (desdeñé la técnica a los tres días conviniendo conmigo misma que no
deseaba volverme loca).
Desde entonces, decidí trazar un recorrido de las pequeñas
historias que dejaba a medio acabar para retomar en otro punto de la historia
principal y me prometí a mi misma, releer solo a final de capitulo para,
únicamente corregir lo que mis ínfimos conocimientos me permitieran, sin mover
ni una sola coma que pudieran cambiar mi “estilo” (¡ja! Suena a pedantería,
pero solo me refiero a mi peculiar forma de escribir)
No puedo quejarme de cómo se desarrolló la experiencia, unos
días estaba inspirada y disfrute haciendo crecer a los personajes que eran,
cada uno de ellos parte de mí.
Disfrute de que mi protagonista fuera una mujer humana y con
una gran carga ética, pero también me satisfizo que uno de los “malos” pasara
un rato para olvidar, aunque me pareció feo matarlo… El caso es que a medida
que la historia avanzaba, era como si los personajes se fueran cargando de vida
propia y a pesar de que era yo su creadora, a mi me daba la impresión de que cada
uno de ellos actuaba a su manera,
como si de alguna forma estuvieran vivos… Se
que puede sonar como una locura pero era mi sensación.
Cuando leía el capitulo
acabado, me resultaba como si fuera algo que era nuevo, algo desconocido, me
parecía imposible que aquella parte de la historia hubiera surgido de mi
imaginación…
Pasé días en blanco porque lo que se me ocurría, se
distanciaba de la idea original. La historia, no era un texto de denuncia ni un
ensayo, yo solo quería dar a conocer, a través de una historia novelada, una
realidad que aunque poco conocida, es algo propio de nuestros días.
Pasaba esos
días como podía para no desanimarme, siempre con el apoyo incondicional de mi
marido y mi hijo. Borraba lo escrito y pasaba de puntillas para no asustar del
todo a las musas, con la confianza de que al día siguiente todo marcharía sobre
ruedas. Por extraño que parezca, nunca pensé en abandonar, no era por que yo
creyera que acabar la historia me reportara beneficios materiales, sino porque
era un deseo como una espiral que me absorbía y el propio hecho de escribir
algo con sentido me proporcionaba un intenso estimulo, comparable con la descarga de adrenalina que proporciona el
ejercicio físico. Por esas y otras razones que no enumeraré, creo que mi
creación merece ser leída y disfrutada por cuanto más número de personas,
mejor.
Es una historia que quien la lee, pasa un rato entretenido y da que pensar, sobre la profunda necesidad humana de ser escuchado y consolado...
No hay comentarios:
Publicar un comentario